LLUÍS GRAU MESTRES



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1956 Primera Medalla en la “Exposición Provincial de Arte”. Barcelona
1962 Exposición de escultura en el “Cercle Maiol”. Barcelona
1963 Premio Extraordinario al mejor trabajo realizado durante el curso en la "Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos” otorgado por el Excm. Sr. Ministro de Educación y Ciencia (Lora Tamayo)
  Premio otorgado por el Excm. Ayuntamiento de Barcelona al alumno más destacado durante el curso académico.
1964 Máximo becado en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos
1968 Obtiene el “Profesorado de Dibujo”. Imparte clases en la Escuela Superior de BBAA.
1969 Beca: “Bolsa de Estudios de Escultura” en Perugia (Italia), otorgada por la Dotación de arte Castellblanch.
  Exposición en BBAA de Badalona y en el “Cercle Maiol”
1971 Proyecta el “Monumento a Samitier”, encargado por Pablo Porta
  Exposición colectiva en el “Palau de la Música Catalana”, de Becarios de la Dotación de Arte Castellblanch.
1974 Exposición en Bilbao con motivo de la “Bienal dels Esports”
  Título de Graduado en “Artes Aplicadas” en la especialidad de Tapices
1977 Exposición en la “Galería de Arte Alaro” Sitges, Barcelona
1978 Exposición “Homenaje al Abad Escarré” en el Palacio de la Virreina de Barcelona.
  Exposición en el “Museo de Granollers” (Barcelona)
  Exposición en la “Casa Municipal de Cultura” y en la “Sala de Exposiciones de Sant Roc”, Valls (Tarragona)
1981 Licenciatura en Bellas Artes por la Facultad de Bellas Artes de Barcelona.
1982 Coordinador / Participante en la Exposición presentada por el "Real Comité organizador de la Copa Mundial de Fútbol”
1983 "Curso de Perfeccionamiento de Profesorado. Oviedo. Ministerio de Educación y Ciencia. Subdirección General de Perfeccionamiento del Profesorado.
  Curso: " Simbolismo Numérico y Geométrico” Doctorado. Universidad de Barcelona. Facultad de BBAA.
1984 Realización de la Escultura Conmemorativa para la “Noche del Dirigente Deportivo” encargada por la Asociación Catalana de Dirigentes del Deporte, acto realizado en el Hotel Princesa Sofia
"Las esculturas que hace una sociedad son un signo por excelencia de su capacidad poética. En este sentido los trabajos de Grau Mestres como trabajos de arte moderno se inscriben en la oposición entre un simbolismo abstracto y un simbolismo figurativo, igual que la imaginación camina siempre entre el concepto y la figura, con el objetivo de construir imágenes persuasivas.

Esta escultura de Grau Mestres, creada a petición de la Asociación Catalana de Dirigentes del Deporte para la "Noche del Dirigente Deportivo", recoge bien esta postura dialéctica y dinámica de una manera radical. El cubo como figura arquetípica, racional y simbólica, se dinamiza como un concepto constante , como un "gesto moderno" que desde el Picasso cubista, descompone e interpreta las figuras familiares.

Las metáforas de la modernidad, como ideal o utopía de la cultura y del deporte en si mismo, quedan condensadas en la escultura de este artista: el dinamismo, el orden y la acción. Su otorgamiento acredita, como en la Grecia clásica, un triunfo conseguido en estas ideas”.
 
 
 
1984 Curso: "Vanguardias del Siglo XX” Doctorado. Universidad de Barcelona. Facultad de BBAA.
  Curso: "Simbolismo del Templo” Doctorado. Universidad de Barcelona. Facultad de BBAA.
1985 Curso: "Composición Fundamental, Estética Cultural Cosmológica” Doctorado
  Universidad de Barcelona. Facultad de BBAA.
  Curso: "Ideas Estéticas, Historia de la Perspectiva” Doctorado. Universidad de Barcelona. Facultad de BBAA.
1989 Exposición Colectiva “Galería Syra”
1998 Exposición: "50 Años de la muerte de Manolete” Casa de Madrid en Barcelona.
1999 Curso: "Actitudes y Estrategias Personales para mejorar la Salud y la Autoestima en la Escuela”. Universidad Autónoma de Barcelona
  Curso: "Taller de Plástica”. Universidad Autónoma de Barcelona

 



Lienzo realizado por Joan Matamala Flotats, cuando el artista Lluis Grau i Mestres
tenía unos 20 años.

 

 

El artista como torero.
Fotografía
El artista como torero.
Pintura. 40,5 x 33 cm.

 

Va por Usted Maestro



La relacion de las Bellas Artes con el mundo del toro o de la tauromaquia, que es otro arte, es aún mucho más extensa de lo que da a entender esta otra relación, de nombres, de autores que han capeado estéticamente con ella, algunos de los cuales ahora esbozo a vuelapluma: Goya, Picasso, Rafael Durancamps, Manolo Hugué, Josep Granyer, Angel Ferrant, Fernando Botero, Ramon Lapayese, Eduardo Arranz-Bravo, o, entre los jóvenes, Miguel Macaya, Ramon Roig , Xesco Mercé o Antonio Tartas.

Es mucho más extensa, faltaría más. Faltaría, obviamente, una citación, un quite a la historia cultural y a la producción artística humana: aquella que deifica al buey Apis en el antiguo Egipto (desde 3000 a.de c.), convierte en mito al Minotauro en Creta y lo encierra en dédalo laberíntico de Cnosos, o lo convierte en berraco o morlaco pétreo en la tierra abulense de Guisando, cientos de años antes de que, a finales del siglo XVIII, toreros como Costillares, Pepe Hillo o el gran Pedro Romero conviertan las capeas y las matanzas crueles de toros bravos en ordenadas lidias de a pie y el toreo en arte.

Luis Grau viene lidiando con las artes plásticas desde hace más de cincuenta años: de niño de talento y facilidad precoces, pasó de forma natural de ser alumno en la escuela de la Lonja, la histórica Llotja que vio pasar por sus aulas a otro niños talentosos y geniales como Picasso, a ser profesor e impartir clases en ella durante más de treinta años. Allí dejó testimonio de su maestría y de su talante, siempre abierto a las novedades, liberal en formas y contenidos, clásico y contemporáneo al tiempo.Varias generaciones de alumnos, algunos de ellos hoy artistas de nombre, recibieron sus influencias y ello es, sin duda, siempre motivo de orgullo; tanto que se diría que es una, sino la mayor, de las satisfacciones que a uno le quedan después de cortarse la coleta en lo docente y dejar los trastos para seguir con otras capeas vitales.

Pero Grau dejó unos trastos para tomar otros: si bien nunca había dejado de investigar personalmente en lo plástico, en paralelo al ejercicio de la docencia, el hecho de no sentirse ya sujeto a las cuadraturas que la enseñanza nos impone, le ha permitido de un tiempo a esta parte centrarse de forma nuclear y exclusiva en la creación pura y atemporal, aquella que no está sujeta cánones estéticos ni horarios.

Esta etapa vital reciente, además, le ha permitido dispersar esfuerzos e inquietudes ya no sólo en el ámbito tridimensional o escultórico que venía siendo tradicional en su trayectoria artística, sino concentrarlos, al tiempo, en terrenos como la pintura, el dibujo e incluso, en terrenos próximos a la instalación.

Después de haber visitado su taller, su estudio, me sentí profundamente sorprendido y emocionado: Grau, un artista hasta entonces de producción escasa por su enorme sentido autocrítico –pura vergüenza torerame mostró una amplia cantidad de trabajos resultantes de los dos o tres últimos años de actividad. Tras ellos se adivinaba aquel poso mágico, singular, que poseen las obras nacidas del interior, de un interior hecho de belleza y sencillez, de simpleza y economía, de esencia, de verdad.

Para alcanzar ese estadio que denotan nuestros pequeños logros plásticos hay que sentirse siempre en los medios, en los medios del torero, en el centro del platillo, en el corazón de un ruedo donde se cuece constantemente el riesgo, el placer de la aventura plástica, siempre hecha de miedos a lo que resultará y de la certidumbre de que aquello se podrá capear.

Esa certeza nos la da la experiencia, el haber toreado, bien y mal, en el tiempo; el haber visto, amedrentados siempre, acercarse al toro a galope tendido hacia nosotros desde la puerta de corrales, casi sin citarlo, y haber aplicado la máxima de templar y mandar cada vez con más elegancia, clase y convicción. Al arte se le teme y se le ama como se ama a un toro. Y cada obra plástica, una vez hecha verdad, cosa ya acabada, espíritu que ya es forma, muere ya para siempre como muere un toro. Las obras, a partir de entonces bellos esqueletos de morlaco, reposan descarnadas en nuestro estudio, en casas ajenas o en los museos. Quedan en la memoria del artista como queda para un torero una buena faena o el hermoso nombre de un toro que nos dió el triunfo. Seguramente por ello las bellas obras de arte llevan título.

En este sentido, debe decirse que tras toda obra tan redonda como una buena lidia deben adivinarse unos metafóricos cuernitos que nos recuerden de continuo que aquello fue antes un torito con el que hubo de bregarse de firme: en materia de composición, de color, de forma, hasta dar con la solución adecuada, hasta que se adivinó la querencia, se disiparon los temores del artista lidiador y se leyó al animal como correspondía.

En el caso que nos ocupa y al hilo de lo dicho, la presencia de los espíritus del animal y del artista, del creador que le da forma toreándolo, es doblemente evidente: a menudo vemos al toro, al astado, descrito literalmente y al tiempo claramente surgido de ese plástico bullir interior mencionado que caracteriza al trabajo ascético, reductivo y minimalista propio de Grau. En otras ocasiones las puntas de los pitones, las partes más sensibles, justamente, de un morlaco, se adivinan en esos ruedos que Grau convierte en aros de metal, en elipses de madera, en círculos primigenios de barro cocido.

O en aquellos espléndidos trabajos pictóricos hechos de un sintetismo apabullante: superficies de lino en crudo apenas manchadas o dibujadas, casi como accidental o azarosamente, con una tiza o un carboncillo neandertales, con simples y reiterativos trazos de óleo, de pastel; o papeles sobre los cuales se encolan, adhieren o estampan formas simples, geometrías místicas y alegorías de maestros que fueron (como el propio Grau en Llotja o Manolete, al alimón).

Es por ello que veo en cada versión que Grau dedica al gran torero Manuel Rodríguez Sánchez un pequeño autorretrato: no sólo porque cada obra de arte que surge de nuestras manos es, en sí misma, en esencia, un autorretrato, sino porque Luis Grau es en sí mismo un torero. Lo quiso ser, literalmente, de joven y lo es en la actualidad como creador que sabe leer entre líneas la hermosa metáfora de la tauromaquia llevada a los terrenos de las artes plásticas y de la estética.

Para los aficionados, de uno u otro universo, las buenas obras de arte y las grandes faenas se recuerdan. En este caso unas y otras se solapan, se transparentan, se adivinan y se tocan.

Así que esta vez bien podríamos decir, y permitáseme la licencia del lego que ni sabe de toros, ni acaso más que cuatro pases mal dados en los terrenos de la plástica: ¡Va por usted, maestro!

 

Luís Casado

 

 

Estructura y dinámica en la obra de Grau Mestres.

Arnau Puig De lo primero que uno se apercibe en este mundo no es de las formas de las cosas sino de su energía. Es el ímpetu lo que define, es la acción lo que caracteriza; lo estático no tiene sentido. A lo sumo, lo estático seria una decoración, aquello que ha de permanecer como fondo de lo que sean las formas.

Por consiguiente no hay ninguna forma válida que no contenga en su misma presencia el signo de la dinámica, de la fuerza, de la acción. En toda forma siempre tiene que haber aquello que la hace posible.

Lluís Grau Mestres es ese escultor que ve en las formas naturales el empuje que las determina y las caracteriza. Por eso siempre ha preferido dedicarse a esculpir formas en las que haya implícita la acción, las formas de los deportistas, las formas de los animales que desde su simple esquema figurativo se desprende ya su energía, su fuerza. Incluso cuando en sus elucubraciones para atrapar la forma de otros modelos, el resultado de esa aproximación es una figura que desprende energía, movimiento, acción.

En ese sentido habría que decir que su escultura bebe desde muy cerca de aquellos postulados del futurismo que no concebían otras formas que las dinámicas: es mucho más impresionante un coche lanzado a toda velocidad que la mismísima Venus de Milo.

Pero para alcanzar esa dinámica Grau no tiene necesidad de recurrir a las deformaciones del futurismo, a aquellas composiciones a base de sucesivos planos cinematográficos, sino que de la forma base inicial extrae ya la forma de su dinámica. Es por ello que se debería decir que su escultura está mucho más cerca del cubismo que del futurismo; pero de un cubismo que atiende no a la nueva construcción en el plano de la realidad corpórea de las formas sino que atrapa el empuje estructurado que hay en cada forma. De un toro lo dinámico es su silueta; a un cornúpeta la fuerza le emana de su masa; a un torero su silueta la determina la agudeza, la bondad, la agilidad, la capacidad compositiva en el espacio de lo que sucede en el tiempo y la monstruosidad que hay dentro de él y son esas cinco facetas las que hay que ofrecer para que las formas del arte recojan su realidad, la esencia de su acción. Ese es el sentido de la obra de Grau. Hay que añadir aun otro aspecto muy importante en las ocupaciones y preocupaciones del escultor que determina el ser dinámico y activo de sus esculturas: los materiales con los que se llevan a cabo las realizaciones concretas de las facetas dispersas, sucesivas o coincidentes en el tiempo, que construyen sus formas, esas síntesis que organizan lo que se despliega bajo una presencia figurada concreta. Ello sin soslayar que en su trabajo de escultor, algo concomitante a ello es que cada forma revista inicialmente un proyecto arquitectónico y que ese proyecto sea también previsto como una presencia cromática, que el color no esté ausente de la estructura.

Materiales, estructura y cromatismo, tres elementos estrechamente unidos en la obra de Grau. Pero no hay material sin color, aunque sea su color virgen, prístino, o industrial de base, como tampoco ningún material ni ninguna estructura puede presentarse sin un desarrollo espacial arquitectónico, una ocupación activa y constructiva del espacio. Ahí están emplazadas sus esculturas que, en infinidad de ocasiones, tienen simultáneamente su desarrollo en el plano bidimensional de la pintura. Escultura, pintura y arquitectura; dinámica, acción y movimiento. Esos seis factores son los ingredientes de las obras de Grau.

Deportistas, toreros, animales, personas comunes sin calificación expresa, objetos en torno a los cuales se desarrollan las actividades humanas: cuadrados, cubos, elipses, lo propio de cada forma que adquiere presencia activa en el trato social, industrial o humano, todo ello el artista lo recoge, lo sintetiza, lo estructura, lo monta y lo emplaza ante nuestros ojos. Somos nosotros, los observadores, los que hemos de ser conscientes que bajo cada materia, cada forma, cada estructura, cada montaje, cada color, hay un estudio de la realidad que el artista concreta en un objeto.

Esos objetos al mismo tiempo entre si determinan su entorno y constituyen su contenido; ello porque Grau no concibe ninguna obra que no implique un interior vital que, asimismo, exterioriza la complejidad que son todas y cada una de las cosas. Desarrollo en el tiempo y momento único de cada instante.

 

Arnau Puig, crítico de arte